En un centro penitenciario de un lugar de la
Península de cuyo nombre no quiero acordarme, aunque me resulta imposible
olvidarlo, en un tiempo pasado, aunque no tanto, en pocas semanas se sucedieron
dos situaciones que deberían llevarnos a reflexionar y trabajar para evitar que
se repitan en el futuro.
La primera, la de un ciudadano nacido fuera de
esta nuestra supuesta Arcadia feliz, residente y cotizante durante muchos años
en ella, expulsado cuando faltaba poco para que cumpliera la integridad de su
condena. La expulsión, contemplada en la Sentencia que le condenó, tenía
marchamo judicial, no administrativo. Hasta aquí, una situación que no nos es
desconocida.
Pero las características concretas de este caso
deberían, y podían, haber abocado a otro resultado.
A primera vista, un hombre joven que parecía gozar
de buena salud. Parecía. Desde su entrada en prisión, las lesiones cerebrales
que padecía a resultas de los hechos por los que se le privó de libertad se
habían agravado mucho. Llevaba un tiempo ingresado en la Enfermería, había
perdido el control de sus esfínteres, por lo que iba siempre con pañales, y
estaba diagnosticado de Daño Cerebral Adquirido. El pronóstico no contemplaba
ninguna mejora. Al contrario.
Desde primera hora de la mañana en la que se iba a
perpetrar (cometer, realizar, ejecutar,
consumar, incurrir, según el diccionario
de la RAE) la deportación, hubo una actividad frenética para tratar de
abortarla. Fue demasiado tarde.
El equipo de abogados del Servicio de Orientación Jurídica
Penitenciaria, su defensa en el procedimiento penal, el equipo médico a cargo
del tratamiento de sus dolencias cerebrales, una asociación de larga
trayectoria en defensa de los derechos de las personas privadas de libertad, lo
pusieron en conocimiento tanto del juez sentenciador como del juzgado de
vigilancia.
Sobra decir que todas las gestiones fueron estériles, que la
legalidad de la deportación era, coincidían los juzgados, inatacable. Aun
siendo así, lo que sería discutible dada la penosidad de sus dolencias crónicas
actuales, desde un punto de vista humano, el resultado final fue cruel (desalmado, despiadado, inhumano, brutal, bárbaro, feroz, atroz, ... son sinónimos según la RAE). Con mayúsculas.
En cuestión de horas, aterrizó en el país donde nació, sin
dinero, sin contacto con su familia, sin acceso a un tratamiento médico
especializado como el que necesita, sin nadie que se haga cargo de él. Que el
lector aventure cuál será, abandonado a su suerte, su destino.